Vaya por delante, yo soy funcionario. Con las cartas sobre la mesa, podemos jugar.
El otro día presencié una situación que me pareció a la vez de lo más incongruente, sorprendente y triste, una certificación del famoso doblepiensa, la doble vara de medir, del aprovecharse mientras me beneficia pero criticarlo si no puedo aprovecharlo.
Estaba yo asistiendo a un free tour en una capital europea cuya concreción carece de importancia cuando la guía, en una de las paradas descubrió que en su país de origen, pues la guía no era autóctona, era maestra, a la vez que preguntó al grupo cuántos lo eran. Se alzaron entre 8 y 10 manos.
La conversación derivo entonces, por supuesto ya alejada de todo rigor respecto a la presentación de la ciudad histórica medieval, objetivo que nos unía allí a todos pero parecía ya secundario, en lo denostada que está la profesión de docente en estos nuestros países hispánicos respecto a otros del norte de Europa, donde al parecer gozan del prestigio social y laboral que un día gozaron también nuestros maestros en España; claro que, en épocas de las que ahora no mucha gente quiere hablar. No me extenderé hoy en mi opinión sobre este tema, pues haría esto demasiado extenso.
La conversación discurrió entonces hacia los funcionarios (esos seres de los Ministerios, Consejerías, Juntas, Parlamentos, edificios públicos, etc) y sus costumbres laborales. Mi fascinación no dejaba de crecer al darme cuenta que las mismas personas que minutos antes defendían vehementemente su profesión de maestras eran las que ahora cargaban duramente contra los funcionarios. No planteé la pregunta que me quemaba en ese momento la lengua, pues no estaba en mi afán discutir: ¿cuántos de ustedes son, a parte de maestros, funcionarios? Me atrevo a estimar que no menos de la mitad.
Me pareció fascinante, triste, curioso y, en definitiva, un reflejo de lo que vemos todos los días reflejados en los medios de comunicación y en la política, ver como esas personas (aún sin saberlo a ciencia cierta, solo como suposición), privilegiados respecto a otros muchos que les pagan con su productividad a través de impuestos sus salarios, con más vacaciones que cualquier otro asalariado, con una seguridad laboral inaudita, son capaces de, apenas con dos minutos de deferencia y haciendo alarde de una flexibilidad mental asombrosa, cargar contra privilegiados como ellos sin darse cuenta de que están en el mismo barco.
Yo estoy dentro, soy uno de ellos. Los veo a diario, lidio con esto y es demente, el socialismo arraigado hasta la médula. Parece ser que los jóvenes apuntan a esto, que buscan la seguridad. Esto solo significa más socialismo y ruina. Desarrollaré en futuros.
Hay que cerrar el chiringuito, más pronto que tarde.


